martes, 14 de enero de 2014

Que el mundo gire es un problema (Pt. 2)

Decía hace poco que que el mundo gire es un problema. Nada está donde debe. Lo razonable sería acostumbrar a la mitad de la gente a vivir en la que se llamaría "Zona Nocturna", donde nunca diese el sol, y a la otra mitad en la "Zona Diurna", donde el Sol fuese como un bombilla eternamente encendida.

De esta forma, a base de acostumbrarse, ambas mitades de la humanidad se irían adaptando a vivir siempre en un entorno sin días ni noches. Tanto sus cuerpos como sus hábitos irían cambiando poco a poco.

Ya hablé de cómo serían los habitantes de la zona en penumbra, ahora toca hablar de los habitantes de la zona soleada. Para ello debemos fijarnos en las zonas donde más da el sol a lo largo del año y sus habitantes, los habitantes del desierto. Los habitantes de la zona diurna tendrían cuerpos enjutos y alargados, secos como cactus. Hay que tener en cuenta la agresividad de un Sol eternamente brillando, es por ello que los cuerpos buscarán exponer la menos cantidad de piel a los rayos del sol. Además, como los camellos, los seres humanos que poblasen ese hemisferio desarrollarían una protuberancia para almacenar líquidos. Como la naturaleza no es tonta, esta protuberancia se localizaría en la cabeza a modo de sombrero, cubierto de un fino pelo.

Para paliar los efectos perjudiciales de los rayos ultravioletas las pieles se volverían de un negro azabache, y los ojos diminutas obsidianas brillantes en sus pequeñas caras. Además, dada la probable sequedad ambiental, se desarrollaría un sistema respiratorio con membranas en las ventanas al exterior, que evitarían el exceso de pérdida de humedad al respirar.

En cuanto a las costumbres, está claro que el calor haría innecesario el uso de ropa. Además la actividad física sería considerada como un derroche de humedad, por lo que poco a poco los miembros viriles de los machos se harían más largos y controlables, para poder copular con menor esfuerzo, moviendo únicamente el pene. Esto, dada la naturaleza del ser humano, por mucho que mute, llevaría a un estadio social de promiscuidad constante y consentida, en el que los alargados penes vagan a sus anchas por los núcleos poblacionales en busca de una hembra.



Esta facilidad para el apareamiento conlleva, lógicamente, un descenso de la capacidad de expresión, por lo que los humanos diurnos se comunicarían mediante gruñidos. Económicamente, en contrapunto al derrumbe absoluto de la industria textil, se desarrollaría una fuerte industria de los complementos decorativos para penes de gran tamaño, además de una industria articulada en torno al  humor gráfico, ya que el humor escrito con palabras perdería su sentido.

Más allá de estas conclusiones empíricas y razonadas, cualquier afirmación que pudiese hacer al respecto de los humanos diurnos no pasaría de ser mera conjetura y, por tanto, una pérdida de tiempo. Si se alimentan de flores de cactus o aprenden a digerir los nutrientes de la arena del desierto es algo que solo sabremos en caso de que se invente una máquina antirotatoria y alguien tan inteligente como para irse a vivir a la Luna y observar la Tierra desde su posición privilegiada durante unos... doscientos años. Próximamente la tercera parte.

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