sábado, 8 de febrero de 2014

Sigues ahí

Suena el despertador, lo paro, compruebo que mi polla sigue ahí. Me revuelvo en la cama y vuelta a dormir.

Vuelve a sonar el despertador esta vez, tras comprobar que mi polla sigue ahí, me levanto de la cama.

Me preparo el desayuno casi con total seguridad de que mi polla sigue ahí. Por si acaso lo compruebo antes de dar la primera cucharada a mis cereales.

Me visto con mi traje más elegante, el único que tengo, probablemente perteneció a alguien muerto. Cuando me cambio los calzoncillos miro de reojo para asegurarme de que mi pola sigue ahí.

Estoy en el portal. Antes de abrir la puerta compruebo que mi polla sigue ahí. Salgo a la calle.

Subo por la avenida, tuerzo a la izquierda en la tercera calle, a la derecha dos más allá y llamo al timbre. Disimuladamente me palpo la entrepierna, mi polla sigue ahí.

Me abre un jubilado, me planteo si su polla está ahí abajo todavía. Me asaltan las dudas, le doy la peor de las excusas y me marcho. Entro a la cafetería más cercana y pregunto por el baño. Me encierro en la primera cabina, mi polla sigue ahí.

Salgo de la cafetería dando las gracias. Las dudas sobre mi polla ocupan mi cabeza tanto que ya no recuerdo a donde iba, ni para qué me había puesto un traje. Creo que tengo fiebre, pero no estoy seguro de que mi polla siga ahí. Decido volver a mi casa, donde puedo guardar cama y vigilar de cerca a mi polla.

Entro en el portal y llamo al ascensor. El ascensor se para en la planta calle, justo cuando voy a abrir entra al edificio la vecina del primero, una amable viuda. Creo que ella se da cuenta de que no me encuentro bien, pero aún así me comenta algo sobre las nubes en el horizonte o algo así. No estoy para conversaciones banales. La anciana parece escandalizarse, pero yo necesito comprobar que sigue ahí. Compruebo y sí, mi polla sigue ahí. Mi vecina se baja diciendo algo sobre la vergüenza, o la falta de ella. Llego a mi piso, subo mi bragueta, salgo del ascensor y entro a casa.

Me desvisto. Mi polla sigue ahí. Cojo una linterna y me meto en la cama desnudo. Con la linterna apunto a mi polla bajo las mantas. Sigue ahí. La miro fijamente. Sigo mirándola, sigue ahí. Pasa el tiempo, no sabría decir si cinco minutos o una hora, pero mi polla sigue ahí. Mi vigilancia se convierte en un duelo de miradas, creo que mi polla me está vigilando también y, en cuanto me despiste, se marchará. ¿Alguna vez han mantenido un duelo de miradas con un gato? Pues es la misma sensación, solo que mi polla no ronronea. De momento sigue ahí. Me empiezan a pesar los párpados. Creo que hoy gana ella. Me acomodo un poco más en la cama y me dejo caer en un sueño profundo.

Me despierto un poco desorientado y muy legañoso. Doy un par de vueltas en la cama intentando volver a dormir. A la tercera vuelta desisto y salgo de la cama. Me desperezo. Me desperezo dos veces. Me desperezo tres veces. No he empezado a desperezarme por cuarta vez cuando me acuerdo de mi polla. Corro al baño a ver si sigue ahí. No me lo puedo creer. Abro el grifo y me lavo la cara con agua fría varias veces. No puede ser. En el espejo veo una polla de un metro ochenta y cinco de altura. Está de pie frente al espejo. No se interpretar muy bien su cara, pero parece preocupada. Un poco por debajo de la mitad de su cuerpo hay algo que me llama la atención. Tiene un yo erecto. Parece que eso era lo que le preocupaba. Mi polla comprueba que sigo ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario