domingo, 15 de junio de 2014
Asiáticos europeos; construyeron el ferrocarril
El otro día fui, como de costumbre, al típico bar de chinos a beber cerveza y hablar sobre metafísica retroactiva con mis viejas amistades. Como suele pasar en los bares de chinos (quizás sea una tradición milenaria), la camarera trajo con cada tanda de jarras tres platitos, uno con pipas, otro con patatas fritas y el último para tirar las cáscaras. La creencia popular dice que esto lo hacen por dos razones, la primera es crear un ambiente de hospitalidad hacia los clientes; la segunda y más importante es el negocio. Dicen que ponen platitos con comida salada para que a los clientes nos entre la sed y consumamos más. Ahora, y sinceramente, ¿cuando una persona se prepara para beberse su tercera jarra de cerveza fría, realmente alguien cree que se la va a beber por sed?
sábado, 26 de abril de 2014
Florecitas pre-crisis
Estaba yo viendo The Corporation, un documental realizado en 2004, aquellos felices tiempos anteriores a la crisis económica en la que chapoteamos desde 2008 y en la que (probablemente) seguiremos chapoteando cuando los indicadores macroeconómicos nos digan que no pasa nada, que se acabó y ya está todo bien. El documental en cuestión habla sobre las corporaciones, esas macroempresas transnacionales, y su enorme e incontrolado poder para hacer y deshacer a su antojo, por encima de personas, gobiernos y organismos internacionales.
Lo curioso ha sido oír tratar todos estos temas hoy en 2014, diez años después de que el documental saliera a la luz. Al verlo hoy lo que más he percibido es una especie de inocencia entusiasta en cada uno de los argumentos que allí se exponían: las corporaciones contaminan, las corporaciones pagan sueldos de miseria, las corporaciones atentan contra los derechos humanos, las corporaciones existen con la connivencia de los gobiernos... Todo ello acompañado por testimonios de todo tipo, desde Noam Chomsky a Milton Friedman, pasando por periodistas cuyos trabajos han sido censurados por mediación de corporaciones (Monsanto en este caso), un ciudadano boliviano que participó en la Guerra del Agua en Cochabamba e incluso el CEO de una gran corporación que tuvo una revelación divina y decidió que su empresa de alfombras debía convertirse en ecológicamente sostenible.
Como decía, diez años después todo lo expuesto en el documental parece de una inocencia casi peligrosa. Durante casi dos horas y media se retrata a las corporaciones como gigantes devoradores de recursos, fantástico, pero el único análisis que se hace es que las personas que componen las corporaciones, al ser estas personas jurídicas independientes, no ven su responsabilidad en todo lo que atañe a ese "monstruo", que los grandes directivos y accionistas son bellísimas personas cuya capacidad de decisión está maniatada por el principio básico de la corporación: hacer dinero. Que todas las violaciones de los derechos humanos que llevan a cabo las corporaciones bajo la autorización de estos consejos administrativos se hacen simplemente porque "las reglas del juego son así".
Hoy en día mientras la economía mundial atraviesa un proceso que no se sabe bien si es una enfermedad o un boicot selectivo a ciertos sectores en los que hasta el momento la privatización no ha podido meter mano, parece que quedan lejanos esos tiempos en los que el foco informativo se ponía (ocasionalmente) en asuntos de índole "social" (ecología, problemas sociales, derechos civiles...). Vemos sin embargo como estas corporaciones siguen en pie actuando más a sus anchas todavía mientras las privatizaciones avanzan, las pequeñas empresas cierran y los derechos sociales se subyugan a intereses económicos y, cómo no, estos asuntos "sociales" quedan olvidados absolutamente. El modelo de lucha que se propone tímidamente es siempre el de pequeños gestos para solucionar problemas concretos, pero nunca, nunca, nunca se busca el origen del problema, nunca se cuestiona el sistema.
Esta forma de ver las cosas trae cierta nostalgia de esa época optimista antes de 2008, en la que parecía que todo iba viento en popa y que únicamente teníamos que luchar para un mundo mejor. Diez años después y hostia de realidad mediante, la lucha es para que el mundo vaya a peor lo menos posible. Entiendo que el documental haya sido elaborado en EE.UU., y que los análisis político-económicos que se puedan hacer allí vienen muy limitados por la moral política de la sociedad, lo que hace imposible que se planteen los problemas de una forma más seria políticamente hablando. Sin embargo el documental vaga de un punto a otro sin atreverse a dar el siguiente paso lógico, si las reglas del juego son así, ¿cambiamos el juego?
Lo curioso ha sido oír tratar todos estos temas hoy en 2014, diez años después de que el documental saliera a la luz. Al verlo hoy lo que más he percibido es una especie de inocencia entusiasta en cada uno de los argumentos que allí se exponían: las corporaciones contaminan, las corporaciones pagan sueldos de miseria, las corporaciones atentan contra los derechos humanos, las corporaciones existen con la connivencia de los gobiernos... Todo ello acompañado por testimonios de todo tipo, desde Noam Chomsky a Milton Friedman, pasando por periodistas cuyos trabajos han sido censurados por mediación de corporaciones (Monsanto en este caso), un ciudadano boliviano que participó en la Guerra del Agua en Cochabamba e incluso el CEO de una gran corporación que tuvo una revelación divina y decidió que su empresa de alfombras debía convertirse en ecológicamente sostenible.
Como decía, diez años después todo lo expuesto en el documental parece de una inocencia casi peligrosa. Durante casi dos horas y media se retrata a las corporaciones como gigantes devoradores de recursos, fantástico, pero el único análisis que se hace es que las personas que componen las corporaciones, al ser estas personas jurídicas independientes, no ven su responsabilidad en todo lo que atañe a ese "monstruo", que los grandes directivos y accionistas son bellísimas personas cuya capacidad de decisión está maniatada por el principio básico de la corporación: hacer dinero. Que todas las violaciones de los derechos humanos que llevan a cabo las corporaciones bajo la autorización de estos consejos administrativos se hacen simplemente porque "las reglas del juego son así".
Hoy en día mientras la economía mundial atraviesa un proceso que no se sabe bien si es una enfermedad o un boicot selectivo a ciertos sectores en los que hasta el momento la privatización no ha podido meter mano, parece que quedan lejanos esos tiempos en los que el foco informativo se ponía (ocasionalmente) en asuntos de índole "social" (ecología, problemas sociales, derechos civiles...). Vemos sin embargo como estas corporaciones siguen en pie actuando más a sus anchas todavía mientras las privatizaciones avanzan, las pequeñas empresas cierran y los derechos sociales se subyugan a intereses económicos y, cómo no, estos asuntos "sociales" quedan olvidados absolutamente. El modelo de lucha que se propone tímidamente es siempre el de pequeños gestos para solucionar problemas concretos, pero nunca, nunca, nunca se busca el origen del problema, nunca se cuestiona el sistema.
Esta forma de ver las cosas trae cierta nostalgia de esa época optimista antes de 2008, en la que parecía que todo iba viento en popa y que únicamente teníamos que luchar para un mundo mejor. Diez años después y hostia de realidad mediante, la lucha es para que el mundo vaya a peor lo menos posible. Entiendo que el documental haya sido elaborado en EE.UU., y que los análisis político-económicos que se puedan hacer allí vienen muy limitados por la moral política de la sociedad, lo que hace imposible que se planteen los problemas de una forma más seria políticamente hablando. Sin embargo el documental vaga de un punto a otro sin atreverse a dar el siguiente paso lógico, si las reglas del juego son así, ¿cambiamos el juego?
miércoles, 26 de febrero de 2014
Ojos para mirar
Cada día que me despierto hay un argentino y una vaca mirándome fijamente. Nunca dicen nada. No sabía que una vaca pudiese mirar tan fijamente. Ni que un argentino pudiese estar tanto tiempo callado.
martes, 25 de febrero de 2014
La ética del trabajo
Simón era un tipo trabajador, casi obsesivo. Cumplía a diario su rutina calculada al segundo. Levantarse antes del amanecer para ir a trabajar y volver después del anochecer, eso era todo lo que hacía. Despreciaba los fines de semana y las vacaciones, consideraba que eran excusas para hacer el vago, siempre maldecía a los mexicanos por haberlos inventado.
Hay quien dice recordar que tenía mujer e hijos, en fin, tampoco es un dato a tener mucho en cuenta. Pasaba tan poco tiempo en su casa que lo más probable es que su mujer se hubiese buscado un hombre con el que ser feliz y al que sus hijos ya casi seguro "Papá". Si esto fuese así no habría nada que reprocharle, Simón siempre miraba a las mujeres con recelo por haber convertido el sexo en algo placentero en lugar del medio reproductivo que, a su modo de ver las cosas, debería ser. Entrar, fecundar y salir.
Al parecer había algo en el cerebro de Simón, o en su educación, o quién sabe, que le había convertido en una especie de cabrón Aristotélico obsesionado con la virtud; o más bien con el vicio, ya que solía decir que demasiada virtud también es un vicio. Es por esto también que nunca buscó un trabajo que le llenase, lo único que buscó siempre fue ese sentimiento anodino que es más como no sentir nada, que agradecía cada día a las ovejas por haber desarrollado hasta la perfección.
Todo estalló el día que dejó su trabajo. Es comprensible su enfado cuando su jefe, agradecido por los años de dedicación a la empresa (y probablemente también por haberle prestado a su familia), decidió darle un ascenso. En la cabeza de Simón no cabía la idea de trabajar menos cobrando un poco más. De hecho casi no cupo ninguna idea desde el momento en el que el jefe pronunció las palabras "reducción de jornada". Las celdas blancas de su horario mental, hasta el momento dedicadas exclusivamente a dormir y a comer, empezaron a crecer sin control y ahogaron el resto de sus pensamientos. Como se le había cerrado la garganta y no podía expresarse con palabras, recurrió al único medio de expresión que parecía razonablemente efectivo en su entorno inmediato, y lo aplicó directamente sobre la cabeza de su jefe, para asegurarse de que la transmisión de ideas era correcta. En el momento en el que cayó al suelo con un ruido pesado y seco todo le empezó a dar vueltas, había tenido un pensamiento vicioso con ese cenicero de pie, ahora manchado de sangre.
Cuando consiguió serenarse e inventar una rutina lo suficientemente aburrida para sentirse que era él mismo, volvió, sobre sus rodillas, a su antigua empresa. Su jefe, todavía babeando por la conmoción cerebral, le dijo que no volviese por allí en su vida, eso sí, con la amabilidad de la gente que ha perdido gran parte de su capacidad cerebral.
Sabiéndose en una situación comprometida (sospechaba que acababa de lobotomizar por la vía rápida al hombre al que sus hijos llamaban papá), Simón decidió buscar un puente lo suficientemente húmedo y frío para mantener la idea del vicio alejada de su cabeza. Bajo la influencia de la luna llena, o de cualquier otra conspiración astral, el motor de su cabeza se desbocó y, tras varios procesos de dobles, triples y cuádruples negaciones, llegó a la conclusión de que para un hombre que odiaba tanto el vicio como él, no había mayor forma de alejarse del vicio que entrando de lleno en el vicio. Así, se dio la vuelta en su cartón y empezó a escarbar en la montaña de basura que utilizaba como almohada hasta que encontró una reluciente (nunca supo por qué estaba tan limpia) jeringuilla con restos de heroína dentro.
Simón pasó por todas las etapas de la adicción, salvo la de la negación. Siempre supo que se drogaba, que se drogaba mucho, e incluso que se drogaba demasiado. La diferencia es que, cuando algún ser moral le preguntaba que por qué no dejaba la jeringuilla y se buscaba un trabajo, el respondía (después de ofrecerle amablemente una paja) que "al menos la droga me hace volar".
lunes, 10 de febrero de 2014
Constantinopla
Si es una cuestión de esfuerzo no cuenten conmigo. Ya se lo dije. Les advertí, por activa y por pasiva, que podían contar conmigo un tiempo limitado. Estaba a su entera disposición para empezar todas las veces que quisieran, mientras durase el impulso de la novedad, más allá de eso no quiero saber nada. Pueden, si quieren, hacerme madrugar un día o dos. Lo mismo si quieren dejarme dormir hasta la hora de comer, un día o dos. Pero nunca bajo ningún concepto me pueden pedir que madrugue siempre ni todo lo contrario. Para valorar el sueño necesito dormir poco, para valorar la actividad necesito no hacer nada, si no lo entienden no es mi problema. Eso sí, al próximo que toque mi timbre para pedirme constancia, que sepa que desde ahora mismo estoy en el porche de mi casa sentado en una mecedora y empuñando mi viejo tirachinas. Aviso, por no ser traidor, mis disparos de advertencia son siempre a órganos vitales. Buenas noches.
sábado, 8 de febrero de 2014
Sigues ahí
Suena el despertador, lo paro, compruebo que mi polla sigue ahí. Me revuelvo en la cama y vuelta a dormir.
Vuelve a sonar el despertador esta vez, tras comprobar que mi polla sigue ahí, me levanto de la cama.
Me preparo el desayuno casi con total seguridad de que mi polla sigue ahí. Por si acaso lo compruebo antes de dar la primera cucharada a mis cereales.
Me visto con mi traje más elegante, el único que tengo, probablemente perteneció a alguien muerto. Cuando me cambio los calzoncillos miro de reojo para asegurarme de que mi pola sigue ahí.
Vuelve a sonar el despertador esta vez, tras comprobar que mi polla sigue ahí, me levanto de la cama.
Me preparo el desayuno casi con total seguridad de que mi polla sigue ahí. Por si acaso lo compruebo antes de dar la primera cucharada a mis cereales.
Me visto con mi traje más elegante, el único que tengo, probablemente perteneció a alguien muerto. Cuando me cambio los calzoncillos miro de reojo para asegurarme de que mi pola sigue ahí.
Estoy en el portal. Antes de abrir la puerta compruebo que mi polla sigue ahí. Salgo a la calle.
Subo por la avenida, tuerzo a la izquierda en la tercera calle, a la derecha dos más allá y llamo al timbre. Disimuladamente me palpo la entrepierna, mi polla sigue ahí.
Me abre un jubilado, me planteo si su polla está ahí abajo todavía. Me asaltan las dudas, le doy la peor de las excusas y me marcho. Entro a la cafetería más cercana y pregunto por el baño. Me encierro en la primera cabina, mi polla sigue ahí.
Salgo de la cafetería dando las gracias. Las dudas sobre mi polla ocupan mi cabeza tanto que ya no recuerdo a donde iba, ni para qué me había puesto un traje. Creo que tengo fiebre, pero no estoy seguro de que mi polla siga ahí. Decido volver a mi casa, donde puedo guardar cama y vigilar de cerca a mi polla.
Entro en el portal y llamo al ascensor. El ascensor se para en la planta calle, justo cuando voy a abrir entra al edificio la vecina del primero, una amable viuda. Creo que ella se da cuenta de que no me encuentro bien, pero aún así me comenta algo sobre las nubes en el horizonte o algo así. No estoy para conversaciones banales. La anciana parece escandalizarse, pero yo necesito comprobar que sigue ahí. Compruebo y sí, mi polla sigue ahí. Mi vecina se baja diciendo algo sobre la vergüenza, o la falta de ella. Llego a mi piso, subo mi bragueta, salgo del ascensor y entro a casa.
Me desvisto. Mi polla sigue ahí. Cojo una linterna y me meto en la cama desnudo. Con la linterna apunto a mi polla bajo las mantas. Sigue ahí. La miro fijamente. Sigo mirándola, sigue ahí. Pasa el tiempo, no sabría decir si cinco minutos o una hora, pero mi polla sigue ahí. Mi vigilancia se convierte en un duelo de miradas, creo que mi polla me está vigilando también y, en cuanto me despiste, se marchará. ¿Alguna vez han mantenido un duelo de miradas con un gato? Pues es la misma sensación, solo que mi polla no ronronea. De momento sigue ahí. Me empiezan a pesar los párpados. Creo que hoy gana ella. Me acomodo un poco más en la cama y me dejo caer en un sueño profundo.
Me despierto un poco desorientado y muy legañoso. Doy un par de vueltas en la cama intentando volver a dormir. A la tercera vuelta desisto y salgo de la cama. Me desperezo. Me desperezo dos veces. Me desperezo tres veces. No he empezado a desperezarme por cuarta vez cuando me acuerdo de mi polla. Corro al baño a ver si sigue ahí. No me lo puedo creer. Abro el grifo y me lavo la cara con agua fría varias veces. No puede ser. En el espejo veo una polla de un metro ochenta y cinco de altura. Está de pie frente al espejo. No se interpretar muy bien su cara, pero parece preocupada. Un poco por debajo de la mitad de su cuerpo hay algo que me llama la atención. Tiene un yo erecto. Parece que eso era lo que le preocupaba. Mi polla comprueba que sigo ahí.
Subo por la avenida, tuerzo a la izquierda en la tercera calle, a la derecha dos más allá y llamo al timbre. Disimuladamente me palpo la entrepierna, mi polla sigue ahí.
Me abre un jubilado, me planteo si su polla está ahí abajo todavía. Me asaltan las dudas, le doy la peor de las excusas y me marcho. Entro a la cafetería más cercana y pregunto por el baño. Me encierro en la primera cabina, mi polla sigue ahí.
Salgo de la cafetería dando las gracias. Las dudas sobre mi polla ocupan mi cabeza tanto que ya no recuerdo a donde iba, ni para qué me había puesto un traje. Creo que tengo fiebre, pero no estoy seguro de que mi polla siga ahí. Decido volver a mi casa, donde puedo guardar cama y vigilar de cerca a mi polla.
Entro en el portal y llamo al ascensor. El ascensor se para en la planta calle, justo cuando voy a abrir entra al edificio la vecina del primero, una amable viuda. Creo que ella se da cuenta de que no me encuentro bien, pero aún así me comenta algo sobre las nubes en el horizonte o algo así. No estoy para conversaciones banales. La anciana parece escandalizarse, pero yo necesito comprobar que sigue ahí. Compruebo y sí, mi polla sigue ahí. Mi vecina se baja diciendo algo sobre la vergüenza, o la falta de ella. Llego a mi piso, subo mi bragueta, salgo del ascensor y entro a casa.
Me desvisto. Mi polla sigue ahí. Cojo una linterna y me meto en la cama desnudo. Con la linterna apunto a mi polla bajo las mantas. Sigue ahí. La miro fijamente. Sigo mirándola, sigue ahí. Pasa el tiempo, no sabría decir si cinco minutos o una hora, pero mi polla sigue ahí. Mi vigilancia se convierte en un duelo de miradas, creo que mi polla me está vigilando también y, en cuanto me despiste, se marchará. ¿Alguna vez han mantenido un duelo de miradas con un gato? Pues es la misma sensación, solo que mi polla no ronronea. De momento sigue ahí. Me empiezan a pesar los párpados. Creo que hoy gana ella. Me acomodo un poco más en la cama y me dejo caer en un sueño profundo.
Me despierto un poco desorientado y muy legañoso. Doy un par de vueltas en la cama intentando volver a dormir. A la tercera vuelta desisto y salgo de la cama. Me desperezo. Me desperezo dos veces. Me desperezo tres veces. No he empezado a desperezarme por cuarta vez cuando me acuerdo de mi polla. Corro al baño a ver si sigue ahí. No me lo puedo creer. Abro el grifo y me lavo la cara con agua fría varias veces. No puede ser. En el espejo veo una polla de un metro ochenta y cinco de altura. Está de pie frente al espejo. No se interpretar muy bien su cara, pero parece preocupada. Un poco por debajo de la mitad de su cuerpo hay algo que me llama la atención. Tiene un yo erecto. Parece que eso era lo que le preocupaba. Mi polla comprueba que sigo ahí.
lunes, 3 de febrero de 2014
Que el mundo gire es un problema (Pt.3)
Que el mundo gire es un problema. Nada está donde debe. Lo razonable sería acostumbrar a la mitad de la gente a vivir en la que se llamaría "Zona Nocturna", donde nunca diese el sol, y a la otra mitad en la "Zona Diurna", donde el Sol fuese como un bombilla eternamente encendida.
Ya vistas la Zona Nocturna y la Zona Diurna, queda una última zona sobre la que hablar, una zona que se extiende cerca el límite entre una y otra, había pensado en llamarla Zona Media, pero definitivamente tiene más fuerza si se llama Zona Crepuscular, así que se llama Zona Crepuscular, no se hable más.
La gente de la Zona Crepuscular tendrían un aspecto menos peculiar a nuestros ojos humanos rotatorios. Serían como nosotros, con un tono de piel entre el marrón más oscuro y el blanco más pálido. De una constitución media, con brazos y piernas en su sitio y con el cuerpo cubierto de pelo en la medida que su genética lo determine. Sus órganos tendrán unas proporciones y una disposición totalmente normales, así como sus costumbres reproductoras se basarán en la penetración con todas sus interesante variantes.
Respecto a su forma de vestir, sería la normal, según la cultura de cada grupo social. También variarían sus ritos según la parte de la Zona Crepuscular en la que nos encontrásemos... Me aburro, dejo una imagen aproximada y vosotros os imagináis el resto. Ya vale coño, todos sabemos como son los humanos.
Ya vistas la Zona Nocturna y la Zona Diurna, queda una última zona sobre la que hablar, una zona que se extiende cerca el límite entre una y otra, había pensado en llamarla Zona Media, pero definitivamente tiene más fuerza si se llama Zona Crepuscular, así que se llama Zona Crepuscular, no se hable más.
La gente de la Zona Crepuscular tendrían un aspecto menos peculiar a nuestros ojos humanos rotatorios. Serían como nosotros, con un tono de piel entre el marrón más oscuro y el blanco más pálido. De una constitución media, con brazos y piernas en su sitio y con el cuerpo cubierto de pelo en la medida que su genética lo determine. Sus órganos tendrán unas proporciones y una disposición totalmente normales, así como sus costumbres reproductoras se basarán en la penetración con todas sus interesante variantes.
Respecto a su forma de vestir, sería la normal, según la cultura de cada grupo social. También variarían sus ritos según la parte de la Zona Crepuscular en la que nos encontrásemos... Me aburro, dejo una imagen aproximada y vosotros os imagináis el resto. Ya vale coño, todos sabemos como son los humanos.
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| Son tan aburridos como esperaba |
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