El caso que me ocupó (u ocupa) es el de Bradley Nowell, guitarrista y cantante de Sublime. Brad era un hombre de música, y tenía un dálmata precioso llamado Lou Dog que se convirtió en mascota del grupo, además de cara y cruz de una de mis camisetas más favoritas de la historia de mis camisetas (y eso que tengo esta, esta y esta). Tras haber sacado dos discos que se podría decir que "no tuvieron éxito comercial", cuando lo tenían todo preparado para lanzar el que iba a ser su tercer disco "Killin' It", a solo dos meses, Bradley se metió heroína hasta morir.
Resultado 1: "Killin' It" al final se llamó "Sublime". Medida razonable dadas las circunstancias. Resultado 2: Lou Dog quedó huérfano. Resultado 3: Bradley no vivió para ver como, el fruto de su talento, su tercer hijo después de Lou Dog y el niño que lleva su apellido (en ese orden), se convertía en uno de los mejores discos de la década de los 90.
Escuchar "Sublime" por primera vez es descubrir un talento brutal. No se si potenciado, desaprovechado, nacido o muerto por las drogas. Pero ahí está. Bradley Nowell, un tío que desgraciadamente se drogó demasiado, pero que en el trayecto hizo una música increíble.

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